El Problema (para el pueblo) Mapuche
Abogado
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Fernando Barros
Ya no nos sorprendemos con las reiteradas acciones de violencia asociadas a la denominada causa mapuche cuyos últimos actos terroristas dicen relación con la protesta por una investigación formalizada a once comuneros por su participación en el asesinato de una pareja de ancianos. Más allá del horror de la pareja quemada viva, los antecedentes indican que los imputados son personas que, unos, conocían a las víctimas, se habían relacionado con ellas como vecinos por décadas, conocían a sus familias desde niños. Otros, habían sido favorecidos con algunos de los muchos beneficios económicos y sociales que los indigenistas y los burócratas locales reservan exclusivamente para determinadas personas en función de consideraciones raciales, como la asignación gratuita de tierras, becas para hijos, apoyo con maquinaria y recursos económicos para el desarrollo de actividades agrícolas.
En una arista que aparece silenciada, los acusados de este horrible crimen son personas que no tenían título legal o de otra índole respecto de las tierras en que quemaron vivos a los dueños que trabajaban por décadas su tierra. Dicen que no pretendían quemarlos vivos pero le prendieron fuego a la casa cuando la pareja de ancianos se defendía del ataque parapetada en el segundo piso. La cruenta acción hace recordar lo vivido el siglo pasado en que, en nombre de reivindicaciones de la más diversa índole, se exacerbaba lo más bajo de los instintos humanos y se lavaba la cabeza de las masas azuzando las odiosidades entre hermanos. La pretendida “deuda” de los chilenos para con “los pueblos originarios” es la versión moderna de las proclamas llamadas a hacer surgir las, siempre a flor de piel, envidias y justificación de los fracasos propios en la alegada culpa de otros, llevando una vez más a la lucha y la opción por la violencia irracional de pobres contra ricos, arios contra judíos, indios contra huincas, y un largo etc.
Los chilenos aprendimos que somos todos iguales en derechos y dignidad, que es contrario a los derechos fundamentales del ser humano el que se nos discrimine en función de raza, sexo, religión, pensamiento u otra condición y que nuestra Constitución y leyes aseguran que todos los que sentimos orgullo de ser chilenos tenemos derecho a no ser discriminados por el mayor o menor porcentaje que reunimos de una u otra de las razas y culturas que se han fundido en los últimos siglos para conformar la identidad nacional.
Los hechos de violencia de los últimos años, coincidentes con un discurso internacional de sectores extremos que han llegado trayendo esta nueva revolución, han ido estigmatizando a los distintos grupos de chilenos de ascendencia indígena, ya que una causa que inicialmente parecía el reclamo por lo que algunos percibían como abandono, que pudo haber sido legítimo, hoy se revela como un movimiento separatista que recuerda grupos violentistas de triste memoria.
En este complejo escenario las autoridades han optado por tratar de comprar el orden público y aplicado por años fallidos programas de nulos resultados y que han separado más aun a los chilenos, generando entendible molestia en razón de la discriminación que de manera creciente sufre la mayoría de los compatriotas que compartimos la riqueza del encuentro en nuestra identidad de las diversas culturas y razas que conforman nuestro Chile.
La Región de La Araucanía, de manera especial pero no única, sufre la inseguridad y caída en las inversiones y oportunidades de empleo y desarrollo por la violencia. En la zona se ve el abandono de tierras regaladas por el Estado a los que ayer eran hermanos y que ahora son preferidos como destinatarios de los programas sociales y de ayuda solo por consideraciones raciales. No es de extrañarse el malestar creciente de los que ven que ellos y sus hijos reciben un trato inferior por declararse chilenos y no formar parte del creciente número de otrora compatriotas que han descubierto la conveniencia de declararse parte de una “nación” y un “pueblo” al que se trata mejor.
La violencia creciente y la discriminación odiosa entre unos y otros chilenos y los daños e incluso muertes causados por agresores de tal cercanía a sus víctimas que los ataques se develan como actos de traición y bajeza irracionales, pueden terminar dando lugar a que el “problema mapuche” se traduzca en más violencia, más segregación y terminen enemistando a unos y otros a tal nivel que se transforme en un “problema para los mapuches”.